Ilustración por Egon Schiele (gracias por dejarte robar)
En todo este tiempo estuviste latente. Como las estaciones duermen en
el silencio de la tierra para volver año tras año, irremediablemente, y
traer consigo algo nuevo que es casi idéntico a lo que ya pasó. Como el futuro que recuerdo cuando sueño.
Se conjuga el tiempo en dos o tres instantes de mi vida
en los que, más allá de este cuerpo (que empezará a arañar la vejez
con más violencia en breve), vivirán esa vez y para siempre en el
universo, flotando como una pelusita que alguien sacudió de su hombro
hace cada vez más años. En una de esas pelusitas viajamos los dos. Todo
lo que espero debe parecerse irremediablemente a lo que pasó, si fue con
vos, claro. El futuro es una caja de cartón donde buscamos los juguetes
perdidos en la niñez. La vida se vuelve cada vez más insoportablemente
real, el juego se torna difícil y hasta cruel, las distancias son
mayores, los tiempos más cortos. Las noches duelen, y el día es siempre
la víspera de algo que nunca llega, y nos vamos diluyendo. La
metamorfosis inversa comenzó, quiere hacerse con nosotros, y quiebra
nuestras antenitas, raspa el polvo azul de nuestras alas, y nos envuelve
en la rutina, en el cansancio; los días se parecen a los caprichos de
un crío que juega con la llave de la luz. Pero vos seguís ahí, eso corta los sedosos hilos que quieren hacer de mi un capullo,
luego una lenta, gris y aburrida oruga; quieren hacer conmigo la apócrifa estátua de mí mismo. A veces me salva la vida y vos,
los colores, las nubes, el dulce de leche, y una casita de madera; y los
caramelos media hora, árboles, flores, muchas flores y Miles Davis y Hesse y la gente linda, los míos y los tuyos; y el pan casero y agua
y luz por todos lados y fotos, me salvan los dias que nos inundan como una represa que rompe el tiempo; y más fotos, libros, cuentos, y
niños y juguetes y hamacas y hierba bien verde y mariposas y besos y
pestañas que hacen cosquillas y pájaros, y mar; y cerro. Y vos. Y yo. Y la
vida; y mas agua, y mas flores y más música y el hierro rindiendose al pan
y el cemento arrodillandoce a la vida y tierra fértil y no más esperas y
no más búsquedas, y un portaretrato con marco de plumas perladas y hojas secas; y el
mundo encuadrado, resumido en ese instante: en una foto bien enfocada que huele a naturaleza, donde nos revolcamos juntos, y en la que
nada de lo que amamos está fuera de plano. Así creo, son las
instantáneas que guarda en su álbum Dios.
Acá son ya las 2:05 de la
madrugada, me cuesta irme a dormir, últimamente me turban malos sueños y
la cama siempre está tan fría. Releo y releo tu último mensaje, te
busco entre esas palabras, las hago a un lado como si buscara un anillo
perdido en la maleza, brillas de a poco y te esfumas de nuevo entre
tantas dudas. Hay mucho tiempo entre nosotros y mucha ausencia
encarnada. Te confieso, Virgen del Olvido, que guardo una hoja en blanco
que lleva escrita, a la altura del corazón y en cursiva legible, la
palabra soledad (con tinta que riega venas). ¿Será
nuestro destino el del "cervatillo almizclero", el de "Los dos que soñaron" o
el del poeta que va tras los versos que le persiguen?
He visto otra foto nuestra, está en una de tus cámaras, recuerdo el momento como
si fuera mañana: acomodaste, acomodas, o lo harás, el trípode en una esquina de la
habitaciòn, junto a un ventanal por el que entraba una luz lechosa y algo
rosada, apuntaste el objetivo hacia la cama, la cortina se hondeaba
levemente por la brisa que venía de la calle, estoy seguro que olía a
asfalto empapado por una lluvia de verano, de esas que tanto te gustan. La cama era grande, tanto que
entraban en ella todos los sueños, de todas las noches que nos quedan.
Las sábanas habían estado blancas y tan muertas como salinas, hasta esa
tarde; ahora tenían los colores de tus oleos y arrugas empapadas por el
sudor de nuestros cuerpos y el sabor del chocolate derretido y el olor
de tu cuello y el de tus hombros y el de mi nuca, había ropa interior
sobre una botella de Merlot que guardaba un mensaje, y hojas
arrancadas a un libro de Whitman entre tus piernas, estas aleteaban como
una bandada de colibríes a punto de escapar de tu pubis. Descansabas tu cabeza en mi pecho
escuchando secretos que te contaban mis latidos, con tu mirada perdida
en el reloj de pared al que habíamos prometido no ponerle nunca más
pilas; y hablábamos del tiempo y yo te contaba historias y llorábamos y
reíamos como dos locos desvariados, hasta que el flash de tu cámara nos
encandiló y luego la tarde herida caía tiñendo la habitación, después la
noche y más amor y el letargo y mi mano buscando en la oscuridad el
fantasma de tu rostro y tu mano buscando en la misma oscuridad el
fantasma del mío, y dos manos que se encuentran y se aprietan y se posan y
descansan por que esta vez no hay fantasmas sino los cuerpos que
proyectan a esos fantasmas, compartiendo la misma oscuridad. Y a un lado, en el cajón de la mesa de luz
una postal desde el Río, bajo el Árbol de la Vida. Y nuestras
respiraciones encontrando sus ecos en el silencio. El día de esa foto tu
nombre no me raspaba la garganta, te llamaba de tan cerca, de tan
cerca, que mis palabras sonaban a burbujitas de saliba estallando al roce de tu oido.
Son ya
las 2:35, al fin llegó el sueño, espero encontrarte esta noche a la
vuelta de la esquina de mi cama, invitarte a dormir en mi boca y mañana,
si hay un mañana, juntos llegar tarde al futuro.
Epitafio, que es a la vez introducción obligatoria para una posible relectura.
Tristán Sereno tira una piedrita, dibuja algo en el suelo, se ata los
cordones y me mira con esos ojos grandes hasta la exageración, sus
pupilas brillan pero no dice nada. El niño me ve partir de nuevo por la
calle Arenas; en su perspectiva me diluyo a medida que la noche encarna
al hombre que, entre tantas sombras, se parece un poco más a su propio
olvido. Luego un rumor vacío, un eco casi silente, hojas secas, olor a
asfalto, luces, bocinas; hay una búsqueda, una espera, un encuentro y un
infierno gris y mojado; perdidos en algún espacio, en algún tiempo; se
conjugó un eclipse y el sol le dice a la luna -es poco tiempo y no me
alcanza para amarte-. Tristán Sereno ya no me ve, quizás me espere,
quizás. Tal vez sin quererlo, esta vez, te busque a vos (que sos Ella)
en la ciudad; por la noche te cruce y no te reconozca, tu paraguas roce
al mío, nos traspasemos como dos fantasmas; me pienses, te piense y
pensemos en que “se hace tarde y es tanto el amor”. Nunca alcanza el
tiempo o el amor o ambas cosas. Después, como siempre pasa, nos tragará
el mundo y escupirá nuestros nombres fuera de las listas de los que
fueron felices. No me busques en las calles, en los sueños, en el
google, el del facebook tampoco soy yo, pero acá estoy siendo un poco
menos que el de mañana y un poco más del que mi niñez vio partir por la
calle Arenas, antes que las horas y el cemento me hicieran mil pedazos.
Thatto Vüdou (07/09/2010 - Málaga, España)
Espero lo hayan disfrutado. Muchas gracias desde ya por leerme, espero sus comentarios a fin de poder mejorar día a día como escritor y persona. Saludos.
ResponderEliminarEsto podría llamarse un Don... el de dibujar con palabras personajes y escenarios tan sublimes como para desear ser y permanecer en ellos aunq sea unos segundos. Admiré tu habilidad de ornamentar esta historia con ese toque de magia que todos alguna vez hemos aspirado a presenciar o rozar al menos, y ojalá se pudiera realmente retratar en la eternidad esos efímeros instantes en que el Amor pareciera detener el tiempo... pero es imposible atrapar lo etéreo, solo se puede acudir a un resto de memoria q intente acaso emular una mínima porción de lo q la inmensidad del Amor realmente propaga en el aire, los cuerpos y el alma... de todos modos estremece cuánto te aproximás a ese retrato con lo q escribis, haces que al cerrar los ojos todo aquello se vuelva alcanzable a través de cada uno de los sentidos. Me gusta mucho leerte, aquí estaremos esperando por más. Éxitos, TODOS!
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